Moderno santuario del viaje

Aviones abandonados en el aeropuerto de El Alto, Bolivia

Los aeropuertos son modernos santuarios del viaje. Por eso se construyen esos magníficos edificios, modernas catedrales a mayor gloria de la industria del aire, independientemente de la funcionalidad y la comodidad del viajero. Pero como en todo santuario, adentro, puede encontrarse todo tipo de artilugios, exvotos y jaculatorias para hacer propicio el viaje. En uno de ellos llegue a encontrar un libro con el sugerente título de «Disfrutar viajando» y el subtítulo más admonitorio de «Guía del viajero para encontrarse bien y seguro en cualquier parte». Vamos un salvoconducto para todo el mundo, tan efectivo como el bálsamo de Fierabrás y que me perdone el celebrado autor cuartocentenario por la comparación. Avanzando en la lectura uno se encuentra con los «Kits de salud para el viajero inteligente». El más sencillo y compacto, fácil de transportar en poco espacio, incluye: aceite esencial de clavo, aceite esencial de menta, gasas hidrófilas y carbón activado. Y estas son sólo las cosas más comunes.

No temo volar, pero en ese momento empezó a preocuparme el aterrizaje en Jerez de la Frontera. Una abrumadora sensación de desamparo empezó a recorrer todo mi cuerpo.

Un sensación que fue ascendiendo desde los pies, temerosos de cualquier esguince; extendiéndose por todo el cuerpo, sujeto a las miserias y servidumbres de cualquiera de sus múltiples órganos, y emergiendo por la cabeza, como si de pronto me hubiera quedado calvo. ¡Qué desamparo, en Jerez, y sin ese kit del viajero inteligente! De todo lo que contenía, tan solo en algunas ocasiones, hace mucho tiempo, había llevado encima el carbono activado.  Era cuando todavía se permitía fumar hasta en los aviones y la industria tabaquera nos intentó convencer de que unos cigarrillos con filtro de partículas de carbono activado envenenaban menos.

¿Quien no tiene un botiquín de viaje?

La disyuntiva estaba clara: o eres poco inteligente, o eres un temerario. Es cierto que nunca he estado en la selva, librado a mi suerte, y que lo más inclemente que he pisado ha sido el aeropuerto de El Alto (que encabeza estas letras) y Sierra Nevada, también cuando todavía se permitía acampar libremente, fumar y hasta, un tanto inconscientemente, encender fuego. A medida que avanzaba en la lectura descubriendo las propiedades analgésicas, desinfectantes, tonificantes, sedantes, lubricantes, desparasitantes, edulcorantes, astringentes, tan «importantas», crecía mi desasosiego. De manera que antes de tenerme por tonto me decidí por considerarme temerario. ¿Quién no tiene un botiquín de viaje?.


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